Bernardo Sánchez – Informante

Escritor y guionista logroñés, ha dedicado su carrera al estudio y divulgación del séptimo arte con libros como Del cinematógrafo al cinemascope o El tiempo del cinematógrafo en La Rioja y El cine y el vino, enmarcados en su tierra. También es autor de adaptaciones teatrales como El Verdugo de García Berlanga, El Precio de Arthur Miller, El Sillón de Sagasta, La celosa de sí misma de Tirso de Molina e Historia de una vida de Donald Margulies. De la mano de la editorial riojana Pepitas de calabaza, ha participado como coautor junto a José Ignacio Foronda en el libro La cuidad en el ombligo y ha escrito los prólogos de ¿Son de alguna utilidad los cuñados? y Por qué nos gustan las guapas de Rafael Azcona. Asimismo, trabaja dentro de la Universidad de La Rioja en el área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, siendo Doctor con su tesis Pervivencia y evolución del mito de Frankestein en el cine español: (período de 1971-2004). También trabaja como columnista en el diario LA RIOJA. Sánchez contó con una nominación a un Premio Goya junto a Marta Libertad Castillo en la pasada edición en la categoría de Mejor Guion Adaptado por su trabajo en la película Los Europeos.

Nació en el antiguo Hospital San Millán y vivió su infancia y adolescencia entre su casa en Avenida Colón y la casa de su abuela Martina, natal de Autol, y su tía Luisa en el número 20 de San Juan, “eran dos mundos, dos vidas paralelas”, reconoce. “La casa de mi abuela era la puerta a otros mundos, era especial, vital para mí en todos los sentidos”. En ella, la imaginación y la creatividad volaban libres. “Era una casa de trasnoche, donde podía ver los programas, aún en blanco y negro, de la noche”, fue en estas cuatro paredes donde se sembró su afición por el cine y la televisión.

Estudió en los Maristas -donde también se nutrió de sus sesiones de cine- y se trasladó a Valencia con doce años para asistir a la Universidad Laboral de Cheste y finalizar la EGB. Allí vivió tres años, con visitas asiduas al cine y al teatro. “Allí empecé a hacer la razón política, conocí a niños que eran hijos de exiliados, vi con trece años El extraño viaje de Fernando Fernán Gómez, un cine adulto que me marcó y que me llevó a la reflexión cinematográfica”.

Su tía por parte de madre, Josefina, y su marido, Félix Sáenz, tenían un negocio de lanas, Lanas Pingouin Esmeralda, en la esquina de Hermanos Moroy con Sagasta. Su tío era pianista y maridaba la venta de lanas con recitales, hasta que, cuando Sánchez tenía diez años, el matrimonio falleció en un accidente de tráfico el día de San Mateo, siendo un suceso determinante en la vida del escritor y de su familia. Fue su madre, Paquita, y su tía Luisa quienes se hicieron cargo del negocio, como dependientas.

Los sábados de su niñez tienen sabor a vermuts en San Juan y a sobremesas eternas con sus primos en el salón de estar de la casa de su abuela, “no sé cómo cabíamos todos”, reconoce. Fueron sus tíos José y Carlos los que le forjaron en una costumbre tan logroñesa como la de “vermutear”.

En las cuatro paredes de esa alegre casa un joven Sánchez celebró multitud de acontecimientos televisivos “desde que Marco encontró a su madre”, hasta los finales de los Mosqueperros o Mazinger Z o los impactantes relatos de Viaje al fondo del mar o Historias para no dormir. En su instrucción cinematográfica fue también esencial ‘la vecina Tere’, quien le narraba con detalle películas de adultos o de terror durante aquellas visitas a su abuela. De hecho, fue en esta casa cuando Sánchez empezó a crear sus primeras comedias, con nueve o diez años. La tarde finalizaba con la asistencia a misa de la Redonda a las ocho de la tarde, como confiesa: su primera pinacoteca.

Pasear por Logroño viendo las carteleras de la ciudad e imaginar que historias se escondían detrás era también uno de los pasatiempos favoritos del Sánchez niño, unos fotocromos que anunciaban las nuevas cintas en el Moderno o el Sagasta y que iban variando los jueves o los viernes. Por su lado, los pasos de Semana Santa con su cuidada estética, su sonido acompasado y su impronta teatral también marcaron meya en él.

La primera proyección cinematográfica a la que asistió, con cinco o seis años, también fue en compañía de su abuela: un programa doble que incluía Veinte mil leguas de viaje submarino y “una de Raphael” en el Cine Frontón. Ya en su adolescencia, con dieciséis años, acudía a sesiones para adultos con su tía Luisa, “había una prohibición que era o mayores de 18 años o menores, hasta 16, pero acompañados”.

No fue solo la calle de San Juan lo que le marcó a Sánchez, también sus balcones. En ellos pasaba largas noches con su amigo Rubén, con dieciséis años, filosofando sobre la vida. No fue casualidad que su primera obra teatral sucediera en estos pequeños espacios que flotan a unos palmos de suelo.