Pilar Cerezo – Informante

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Pilar Cerezo, hija de los fundadores de la librería Cerezo, en Portales, nació en la Calle Sagasta. “bajando las escalerillas, a mano derecha, es una casa que tiene un mirador a la calle Carnicerías”, especifica. En ella vivió con sus padres y con su abuela, tejedora de máquina.

Destaca la precisión con la que Cerezo recuerda el Logroño y el Casco Viejo de su niñez, un Casco abarrotado de negocios como el bar Barajas, la farmacia Bengoa, la casa Azul, Almacenes San Pedro y la todavía activa tienda de textiles La Roja. Por su puesto, también, la Tena, su boutique de referencia, con una estatua de mármol a tamaño natural en su escaparate que siempre que la veía la dejaba embelesada.

Cerezo se declara aficionada del teatro – y de la zarzuela, su género favorito- al que solía asistir con dieciséis o diecisiete años, a la salida, paseaba con sus amigas hasta las diez menos cuarto. En invierno en los soportales, “unos para arriba y otros para abajo”, en verano al Espolón “lo llamábamos el tontódromo”. Hasta que vino la guerra “y comenzó a cambiar”.

Cerezo se mantiene escéptica sobre el retrato de su barrio en la película Calle Mayor y en el libro Las Tres hijas de María: “nos ridiculizan mucho y no es así: en Logroño se vivía como lo que es, un pueblo grande, aunque había de todo”, explica. “La gente nos preocupábamos por divertirnos con lo que había: ir al teatro, al cine, yo iba a todo menos al baile, que no me ha gustado”, apunta tomando como causa su timidez. Cuando se jubiló ha seguido asistiendo al Teatro Bretón, pero opina que era más bonito en su juventud.

Rememora a su padre, asistiendo fielmente todos los años por San Bernabé a la fiesta de la Jota, en el Teatro Moderno. En San Mateo, era tradición en su familia comer pochas en las Calles Carnicerías y San Agustín, donde sacaban las mesas a la calle.

Asistió a la Casa Cuna, en frente de las Escuelas Trevijano durante un breve periodo de tiempo, no ha olvidado el nombre de su maestra: Doña Anselma. Asimismo, guarda el sabor a los churros que compraba en la plaza próxima. “Allí iban las madres todas las mañanas con los hijos pequeños, les daban de comer y se echaban la siesta”.  Comenzó pronto a trabajar en la librería familiar y ahí estuvo, hasta su jubilación a los sesenta y cinco años.

Antes de regentar la popular librería Cerezo, su padre trabajó en la librería La Moderna y en Santos Ochoa. Después tuvo su propia tienda en frente de San Bartolomé y una segunda al lado del Plus Ultra. Una vez llegado a su conocido emplazamiento en Portales, arregló el local. “Puso cinco mostradores, uno más grande al fondo, mantuvo la columna”, rememora. “Los escaparates estaban desiguales, el de la izquierda era muy estrecho y el de la derecha hacía forma de L y afuera había otra columna y, al tiempo, se quitaron”.

“Lo que yo he hecho lo he hecho con el alma y la vida, consciente de que hay que hacerlo bien”, sentencia la que, tras las estanterías de Cerezo, es una de las figuras más populares de Portales.