Javier Arróniz – Informante

Javier Arróniz, propietario de Joyería Javier, en la Calle San Juan, recuerda cuando más allá de la hostelería, este céntrico lugar logroñés era una de sus más vivas arterias comerciales. Carnicerías, fruterías, verdulerías e incluso una carbonería eran algunos de los negocios que se abrían en la estrecha calle de su juventud. Así, el actual bar La Taberna “era una frutería preciosa”, diferencia. También en esa época había algunos bares, como el Pachuca, un bar muy estrecho ya en Marqués de Vallejo; El Sergio, “con su chorizo”; El Trece o Paco, el del champiñón, “creador de la tapa”. Su paralela, la calle Ollerías, se llenaba de jóvenes subiendo y bajando paseando por el Casco Antiguo y de estudiantes del colegio Sagasta.

Dentro de los bares de su juventud, Arróniz destaca La Vitorina, en la calle del Carmen, “enfrente de la Trapería Agapito” todo “un centro de juventud”, en el que se vendían chucherías, cigarrillos sueltos y se jugaba en sus tres futbolines. “Una botella de zarzaparrilla” era el precio a pagar por el equipo perdedor, como rememora el joyero.

El futbolín “no era cosa de chicas”, con ellas se encontraban en alguna de las variadas verbenas que se celebraban en la capital riojana. La que a él le marco fue, precisamente, la de su calle San Juan, enfrente de la esquina enfrente del actual bar Samaray. También acudía a bailar a lo qué su cuadrilla llamaba la Renfe, con la música que se oía desde el interior del Casino o al Derbi Club -el actual bar A tu gusto- “fue una bomba porque tenía hasta su salita de baile”, rememora. Además, como señala, la élite logroñesa acudía al Noche y Día.

La calle no es lo único que ha cambiado para Arróniz, también los amores en los que ella surgen: “los noviazgos de antes eran más largos que los de ahora, pero también más inocentes”.

“Había un ambiente en la calle San Juan por aquel entonces que creo que era hasta demasiado”, bromea, recreando con exactitud las tiendas y negocios de un mapa lleno de recuerdos.

Con catorce años Arróniz fue contratado para trabajar en el taller de una joyería, situada en la entreplanta, ahí estuvo durante tres años. Más tarde, trabajó en otra en Bretón de los Herreros para al final volver a su San Juan con un local al lado de la popular Foto Teo, que atraía, como él indica mucho público.

“La calle no es lo que era porque ahora hay movimiento de público cuando se abren los bares, antes no porque la diversidad de establecimientos que había hacía que hubiera movimiento a cualquier hora, había un movimiento continuo”, diferencia.

Ante todo, señala el espíritu solidario de la calle que lo vio crecer: “Había una armonía entre todos muy buena, nos hemos llevado muy bien, todos nos hemos saludado y si algún día pasaba algo, ahí estábamos todos a ver qué pasa”.